Por despecho tal vez, y ahogándome en el rescoldo de lo que alguna vez fue, matizando vocablos y ocultando cosas que jamás sabrás, decolorando miradas y pintando muecas, dije que no. Y sentí como un impulso de morderte la boca y de insultarte, pero dije “no”. Vos me clavaste los ojos y me agarró esa electricidad en el estómago, y otra vez dije “no”. Con tu mano en mi nuca y tu boca muy cerca y tu pecho en mi pecho, con las manos mojadas y la cara roja y la voz temblando, otra vez “no”. Y tu boca a mi boca la tomó por sorpresa, y tu lengua a mi lengua la hizo su esclava, y después el silencio, y después: “no”…
Entonces tus palabras dejaron de ser dulces y sonaron como un trueno en la mitad de la noche, y me asusté. Se me quemó de golpe el papel que estaba haciendo y ni una mísera letra escapó de mi boca. Y diez minutos más tarde, cuando ya estabas lejos, cuando ya no podías ni verme ni escucharme, cuando mi lengua logró zafar de sus cadenas, dije “sí”. Y otra vez ese beso, y otra vez esos ojos, y otra vez esas cosas que nunca sabrás me erizaron el cuerpo y dije “sí”. Porque después de todo yo también te engañé e hice las mismas cosas por las que ahora te juzgo, pero ya ves, es por esas cosas que jamás sabrás que decidí enterrarme en estas cenizas frías, y matizar vocablos, y decolorar miradas, y pintar muecas… y decirte “no”.
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