Yo fui aquel viandante del destino que, ante la insistencia del tiempo, decidió enamorarse.
Ella, una odalisca de ensueño que cautivó mi vida.
Su amor era confuso, extraño, inverosímil. El mío silencioso, verdadero, como el de los grandes amantes.
Siempre pensé que los sentimientos libres eran palabras precisas que invitaban a contemplar detenidamente la verdad del pensamiento… pero ella jamás dijo que me amaba, no había ningún vestigio de su amor en mi vida.
Y yo ciego, mudo, sordo, solo caía en sus brazos cada vez que me miraba.
Yo fui aquel insecto que una noche se cruzó con el murciélago y no supo defenderse.
Cada segundo era suyo, cada hora, cada día. El universo mismo giraba en torno a sus deseos.
Ella sabía que yo sentiría cada una de las cosas que salieran de su existencia, sabía que guardaría su presencia en cada objeto que haya estado entre sus manos, y sabía que, aunque me destrozara el corazón en mil pedazos, yo la seguiría amando como el primer día.
Ella tenía dominio absoluto de mi corazón y mi alma, de mi mente y de mi cuerpo, de mi risa y mi mirada; tenía el total control de mis acciones.
Trompazo del destino, tropel de pensamientos, gemir por las punzadas de sus manos de pústula.
Yo fui aquella víctima de su cruel andanza, el que soportó sus burlas, sus felonías, sus ofensas.
Ella, el insobornable juez que no me escuchó instar.
El veneno de su amor no se merecía mis besos, y sin embargo sus ojos, hipnóticos y carentes de toda pleitesía, plenilunios de miel enmarcados en el platino de su rostro, obligaron a mi cuerpo a pertenecerles.
Su omnipresencia no táctil, fardona y farisea, fue talismán de locura, y ahora es un auge de tristeza posado en mis pestañas, un sinfín de saudade que no me deja vivir.
Mi camino está cortado por un precipicio y alienado de odio anhelo arrojarme, pero vacilo en el borde al ver su silueta, extendiendo sus brazos para sostenerme.
Pero aquella maldita ninfa del deseo que impedía mi destrucción, un día me dejó resbalar por aquel talud de fuego. Y tiempo después de su irremediable abandono, anuncié a mi espejo mi muerte violenta con ojeras enormes de tanto llorar; tomé unas hojas, un lápiz y mi vida deshecha y escribí hasta dormirme… para nunca más volver a despertar.
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